viernes, 11 de abril de 2014

Mi Mundo. 1º Premio Concurso Literario

Miro una hoja de papel y veo un mundo. Mi mundo. Ya sea blanca o esté plagada de pequeños cuadrados azules, en ella veo reflejadas las cosas más peregrinas y dispares: desde unicornios, notas musicales o vestidos de princesa, hasta lagrimas que contienen mis más secretos agobios.
Al principio son algo abstracto, algo volátil, y parece que al cerrar el cuaderno van a desaparecer, se las va a llevar el viento como a las palabras no plasmadas… Pero pronto mi mano agarra el bolígrafo y comienza a escribir, sin previo aviso e inconscientemente, hasta que todas aquellas ideas etéreas van tomando cuerpo en forma de letras de tinta azul.
La imaginación me desborda, los conceptos se me agolpan en la cabeza, cuando poco antes estaban más que escondidos, reticentes a salir. Palaras que no era consciente de que sabia, o incluso que no era consciente de que existían, afloran poco a poco para aportar su granito de arena y aclarar las formas que mi mente ha creado sobre la hoja.
Las manos me duelen, me clavo las uñas de la fuerza con la que agarro el bolígrafo, los brazos se me entumecen, pero no puedo parar, no debo… Tengo miedo de que esas imágenes cada vez más nítidas desaparezcan de mi cabeza, y de que las muchas palabras antes desconocidas que me han sido reveladas vuelvan a su lugar de origen, sea cual sea éste.
Lentamente, las ideas quedan vertidas sobre el papel, como quien derrama un bote de tinta indeleble encima de una camisa blanca: dejan una marca que ya nadie podrá borrar.
Mis unicornios ya tienen ese perlado cuerno; mis vestidos, telas suaves y ligeras; mis notas musicales, unidas por fin, tienen una armonía para materializarse; y mis angustias ya lo son un poco menos, porque comparto su peso con el papel que ahora las alberga.

Mi mano derecha redice la velocidad y la fuerza con la que agarra el bolígrafo. Ya no está ansiosa por plasmar nada, porque el grifo se ha cerrado. Nuevas y lustrosas ideas, renovadas, ocupan mi cerebro, pero no tienen ganas de salir. Están latentes porque saben que el turno de ahora se ha acabado, pero no están rabiosas porque también son conscientes de que tarde o temprano tendrán su momento de gloria, al igual que sus compañeras, que, ya plasmadas, tienen lo único que les faltaba cuando estaban en su forma etérea: una forma material.

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